Cuando en el siglo XVI se comenzó masivamente la exploración por los europeos de lo que después se llamaría América, y se constató que era un nuevo continente y no Asia, la denominación que se le daba era la del “Nuevo Mundo”. Se había encontrado una nueva tierra, cuatro veces más grande que Europa y que por tanto ampliaba sus horizontes y daba oportunidades nuevas a muchas personas. Miles aceptaron el reto.
Ahora nos encontramos en el umbral de otro «Nuevo Mundo» y aunque ya existía, Zuckerberg lo ha puesto en boca de todos: el Metaverso. A él no se va con carabelas sino con ordenadores y gafas de realidad virtual. Hubo unos primeros exploradores que intentaron colonizar ese nuevo territorio en el año 2006 -creado por la compañía Linden Lab– al que llamaron Second Life. Se abrieron tiendas, se vendieron terrenos virtuales, se montaron embajadas y algún periódico creó avatares digitales para que informaran sobre este mundo en una columna diaria. Miles de usuarios crearon objetos virtuales, atraídos por la posibilidad de hacerse ricos en Linden $, la moneda que se manejaba y que se podía cambiar luego por dinero real.
Sin embargo, Second Life llegó muy pronto. Fue como esos primeros exploradores que entraron en pequeños grupos y fracasaron antes de que crecieran sus primeras cosechas. Second Life no era accesible por los móviles (el primer iPhone no se lanzó hasta 2007) que entonces no tenían suficiente memoria para cargar sus gráficos y las conexiones no eran tan veloces para que la experiencia de uso fuese satisfactoria. Hoy es un universo casi deshabitado en el que subsisten algunos miles de usuarios, y aunque en 2018 seguía generando unos 65 millones de dólares en objetos virtuales, se estima que llegó a tener un PIB valorado en 500 millones de dólares.
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