Tal vez sea un término excesivo y fuera de contexto, pero como se usa muy a menudo en los entornos tecnológicos merece la pena reflexionar un poco sobre él. Originariamente un agnóstico era alguien que creía firmemente que todo lo relacionado con Dios estaba tan lejos del alcance de nuestra mente que no podíamos posicionarnos ni a favor ni en contra de su existencia, en suma que no podíamos trascender nuestra experiencia a la hora de considerar este tema. Algunos grandes filósofos como el inglés Hume apuntalaban esta posición diciendo que: “la falibilidad de los seres humanos implica que no podrían tener certezas absolutas”.
Pero ¿y un agnóstico tecnológico? Se suele entender, por analogía forzada, que es el que no “se casa” con ninguna tecnología. También es una definición un poco pobre, la verdad, y creo que el concepto merece un poco más de definición.
La tecnología es básicamente y desde sus orígenes prehistóricos, un modo más eficiente de resolver un problema. Hoy, esta definición es también válida. Por eso primero va el problema y después la solución, no al revés. Cuando nos encontramos con un cliente él nos tiene que ver como unos “problem solvers” no como unos promotores de una tecnología concreta. Hay problemas que requerirán de una simple aplicación web para resolverse y otros que necesitarán incluso de Inteligencia Artificial, por citar dos extremos.
Un buen “problem solver” debe conocer bien las tecnologías disponibles y las que están surgiendo, así como los dispositivos, pero no debe tener una predilección a priori por ninguna de ellas. La única tecnología que ha de utilizar a priori es la de escuchar la cliente, con atención, preguntándole hasta entender tanto el problema que la solución que se ofrezca sea la que el cliente habría escogido si conociera todas las tecnologías disponibles tan bien como conoce su negocio, es decir, la más barata y escalable entre las más eficientes y eficaces frente a ese problema. Esta sí que es una mejor definición de “agnóstico tecnológico”.
Frente a los que “divinizan” una tecnología, ya sea esta el big data, la inteligencia artificial, o cualquier otra y van con ella como los predicadores, extendiendo la fe en el advenimiento del nuevo mundo en el que esa tecnología reinará, están los que basan su filosofía en la experiencia, en lo que funcionará mejor para un problema dado. Si este requiere de esas tecnología “divinizadas”, pues perfecto, pero no consideran humillante ni conservador usar tecnologías muy consolidadas, más económicas, y que resuelven perfectamente el problema, al tiempo que son escalables y compatibles hacia atrás con lo que el cliente posee.
A este agnosticismo tecnológico nosotros en Interacso lo denominamos “soluciones sensatas” para no mezclar términos del mundo religioso tan imprecisos en un mundo de soluciones tecnológicas que han de basarse más en las prioridades del cliente que en las del proveedor. Esto, que parece sentido común, no es tan común en un mundo tecnológico dominado por los titulares y por “lo último es lo mejor”, por eso creo que hay un gran espacio y futuro para las soluciones sensatas y para las empresas que ponen el problema de su cliente antes de la solución tecnológica.
Si algo necesitan las empresas ahora es centrarse en pensar en sus retos de negocio libremente, sin prejuicios. Experimentar con libertad y cambiar de rumbo rápidamente, si hiciera falta, midiendo bien sus recursos.